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La edición en la Colección Archivos de la cuarta novela de Manuel Puig (cuya publicación original data de 1976) tiene la misión de permitir al lector la lectura circular para armar un entramado en forma de red, una imagen que, por otro lado, aparece como el principio constructivo de la obra. El texto presentado en esta ocasión se ve enriquecido por todo el material hallado entre los papeles póstumos del escritor (muerto en México en 1990) que arroja nueva luz a la manera de producir de este autor. En efecto, Manuel Puig repesenta un mina de oro para los estudios de textualización, en tanto éste era uno de esos raros autores que conservaban a lo largo de su vida todos los pasos de la creación, aunque transportar consigo todo ese material fuera una empresa ardua. Es por ello que en todos los lugares de residencia (Nueva York, México, Río de Janeiro, Cuernavaca), Manuel Puig se hallaba acompañado por los tesoros de su escritura, que ahora se encuentran a disposición de nuevos y mejores lectores de su obra. La imagen que arrojan los manuscritos en posesión de los herederos de Puig y que representan un verdadero "Fondo Puig", es ahora diferente de aquella que se halla asociada a su personalidad a través de los propios intentos del autor de forjar la idea de un escritor intuitivo y despreocupado de las batallas interliterarias. Manuel Puig era un autor sumamente consciente de su lugar dentro del campo literario latinoamericano (y luego mundial), pero, además, estaba completamente dedicado a llevar a su escritura la mayor perfección, tanto desde el nivel germinal de los primeros planes narrativos, como en la etapa de corrección de los textos ya escritos. En este sentido, la dimensión de su taller de escritura asume la figura de una obsesión, tanto flaubertiana (por la meticulosidad en las correcciones), como proustiana (por la manía en el enriquecimiento y variación de las estrategias narrativas). La novela tiene, por otra parte, la virtud de hallarse en un momento decisivo de las cuestiones más candentes del siglo XX. Ella representa en muchos sentidos un diálogo entre los discursos de la sexualidad y la política, como sólo las últimas década consiguieron visualizar. Es por ello que el diálogo que esta novela escenifica representa una especie de diálogo cultural entre la nueva dimensión que significó la Revolución Cubana (1959) y el Mayo francés (1968). De la coincidencia de estos dos momentos culturales nació la creencia en la posibilidad de la gran Utopía. El sentimiento de esperanza hacia el cambio estuvo, pues, presente en la década del 70, cuando la novela fue escrita y, al mismo tiempo, este texto capital de la narrativa universal pone en escena la utópica conjunción de un Marx y un Freud (cultural y naturaleza) como se lo representaban la Escuela de Frankfurt y el postestructuralismo francés, haciendo que ese matrimonio imposible gestara la convicción de la vaciedad de los binomios absolutos. Lo que surge del texto es, entonces, el predominio de un término híbrido que bien podría llamarse lo social, que es donde se muestra la conjunción de los casilleros entonces separados y que se funden aquí en un beso.
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